viernes, 8 de agosto de 2014

MICRORELATO: Quiero quiere querer.

Muy buenas noches (en mi caso), damas y caballeros. Sabemos SrtaDeBook y yo que hemos estado ausentes durante medio mes, y nos disculpamos por ello; ppero no nos culpen: estamos en verano y las vacaciones nos llaman. Sea como sea, tenemos pensado revivir a nuestra criatura. Estamos pensando en una serie de reseñas y entradas por subir, ¡así que descuiden! 

Por mi lado, me voy a tomar la libertad de inaugurar una nueva sección: ¡los microrelatos! Y como creo que por su nombre no requiere presentación, les dejo con el material en cuestión. Disfruten (o no).



Erase una vez un verbo; un verbo conjugado en presente del indicativo, un verbo que anhelaba, que sentía necesidad: Quiero Querer. Quiero Querer era el mayor de los hijos de Queremos y Quería Querer. La familia Querer era conocida en el barrio ''Los Irregualrres'' por su gandulería y falta de motivación. Generación tras generación, habían intentado salir de su pueblo e ir a la gran ciudad -donde contaban que las palabras se hacían ricas y ampliaban su vocabulario-, pero cualquier propósito había sido en vano. Siempre lo dejaban para luego.

Pero Quiero Querer era diferente: desde bebé, cuando sólo era un par de minúsculas, había manifestado interés por la vida. Quería conocerlo todo, ir adonde fuera, hablar lenguas que no estaban en su cabeza. Un vez vio un símbolo oriental conformado por gruesas líneas dibujadas con cuidado; tan exótico... y en ese momento supo que debía ir a la gran metrópolis y hallar el inventor de algo tan fascinante.



Por desgracia, nadie lograba entenderlo. Sus progenitores estaban más que hartos de que semejante criatura les molestara tanto. <<¡Déjate de fantasías inútiles, Quiero! Tú trabajarás en un libro como tu padre, así que sácate esas ideas de la cabeza, niño!>>, le repetía su madre cada vez que mencionaba el tema. Él se enfadaba, refunfuñaba y se quedaba sin cenar por haberse portado mal.

Quiero era objeto de burla en la escuela. Todos los días en clase de caligrafía, Perfeccionando y sus amigos Mejoro y Correré se burlaban de él porque no lograba escribir la ''Q'' sin torcerse. ¡Ya le gustaría no tener una letra tan fastidiosa en su nombre! A veces deseaba no haber nacido, y luego se enfadaba consigo mismo porque, de nuevo, había querido algo, pero no era capaz de hacerlo realidad.

Su primo mayor le decía que no luchara contra su naturaleza, que él había salido así porque todos sus allegados lo eran, y por mucho que quisiera, no iba a conseguir nada.

Pasado un tiempo, el afán de Quiero fue disminuyendo, al igual que sus ganas de hacer cualquier cosa. Pasaron los años y el brillo de sus caracteres se apagó hasta tal punto que, en vez de negro, se veía gris. Hacía ya mucho que había dejado el colegio: le habían echado por golpear, harto ya, a Perfeccionando. Le había sacado tinta y no se arrepentía de ello; hacía tiempo que ese estúpido venía buscando pelea. Vivía a costa de sus padres, que lejos estaban de exigirle un mínimo de dependencia. A veces Quiero creía que los odiaba, porque le ignoraban como si fuera un extraño.

La motivación era su cruz, un sustantivo que se salía de sus límites, una pesadilla que le perseguía. <<Quiero irme de aquí. Quiero hacer algo con mi vida. Quieroquieroquiero>>. ¿Por qué esforzarse? Nadie nunca le había dado una razón por la cual luchar. Nadie nunca le había apoyado en nada. Tan solo había recibido burlas e indiferencia. Quiero se convirtió en un ser mezquino, tosco y arrugado.

La mañana de invierno en la que su vida dio un giro de tuerca, todo estaba congelado. Aquella estación, justo aquel día, con sus aires bohemios, clásicos, únicos, había hecho que evocara con amargura los recuerdos pasados -aquellos que había encerrado en una caja y enterrado en el subsuelo de su mente-. Dio una patada a la nada para librarse de la frustración y cayó resbalándose. Soltó una maldición mientras se levantaba, y justo allí, en su campo de visión, a sólo unos metros, lo vio. Pareció como si de repente todas las cosas se le vinieran encima; el conjunto de factores que habían hecho amar el conocimiento, hacía muchísimo -tanto que le parecían otra vida-.

Era tan bella... Había averiguado en una de sus incursiones que a aquello se le llamaban letras chinas. A él aquel nombre le pareció una total falta de respeto, pues no tenía nada que ver con los que él conocía. Porque eran arte, puro arte; sólo así se podía llamar a algo tan en armonía, que despertaba tantas sensaciones. Y fueron muchas sensaciones las que sintió Quiero, vaya si fueron muchas. Se quedó ensimismado viendo cómo se desenvolvía aquella hermosura. Era un cuerpo fino atravesado por tres líneas -arriba, en el centro y abajo, respectivamente-, de la cual sobresalía un adorno. La negrura de sus fracciones, la decisión con la que estaba moldeada...



Quiero Querer cayó más enamorado que un poeta, y poeta se hizo, al correr de los años. La chinita hermosa se llamaba Sheng y venía de un lugar del que él no conocía nada. Y como no conocía nada, leyó y leyó, escribió y escribió, y, acompañado de la dulce Sheng -que había quedado prendada por las ansias de vivir de su amado-, viajó y viajó. 

Por primera vez en su vida, Quiero ya no se enfadaba por la mención de aquello que había censurado siempre.

Porque Quiero quería querer.

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